Opinión. De tetas y panderetas

El pasado sábado fui uno de los casi tres millones de espectadores que siguió la final del Benidorm Fest. Y como muchos, si atendemos al impacto en las redes sociales, también me fui decepcionada a dormir, con sensaciones por desgracia demasiado conocidas: desilusión, desengaño y pesimismo ante un sistema dispuesto a ganar una y otra vez.

No sé si es cosa mía, pero tras la votación que decidió quién representaría a España en el Festival de Eurovisión, tuve la certeza de que ese sistema, ese armatoste encorsetado y neoliberal no piensa ceder un mínimo espacio, ni conceder una sola victoria en la guerra cultural que nos atraviesa. Han puesto demasiados cuartos en juego como para dejar que la voluntad popular sea decisoria. Ya saben eso de que votamos mal. Es la economía, estúpidos. O la industria, lo comercial, lo consumible con unos aderezos que no abran la puerta a preguntar qué lleva en realidad ese plato. Solo tragar, y cuánto más, mejor. Que el ritmo no pare. El juego es tan perverso, que nos venden incluso sin sonrojo que la decisión está en nuestras manos. #ElFestivalQueQuieres. El sistema ya ha probado unas cuantas veces lo que supone perder las riendas y en muchos ámbitos, no solo el cultural. La maquinaria se ha vuelto cada vez más reaccionaria.

Sin embargo, una vez asimilada la nueva derrota, creo que lo sucedido estos días con el Benidorm Fest deja en realidad un poso de esperanza al que no vendría mal aferrarse como si nos fuera el futuro en ello (que viendo ciertos eventos celebrados en Madrid este fin de semana, vaya si nos va). Cierto es que vivimos tiempos viciados, desesperantes. Puede que sea un efecto secundario de la eterna crisis sanitaria, de la que no terminamos de reponernos. Tengo la sensación de que las chispas de esperanza que surgen en la sociedad acaban en el punto de mira, pervertidas, atacadas u olvidadas, sobre todo si vienen sostenidas por mensajes feministas, solidarios, que defienden lo público, o los derechos de todas y todos. Ejemplo son los aplausos a los sanitarios, las despensas solidarias que atendieron y atienden a miles de familias. Y ahora, aunque pueda parecer absurda la comparación, la ilusión por mandar a Eurovisión como representación patria a artistas que no solo tienen calidad, también un mensaje de esperanza. El sistema nos quiere meros consumidores, no vaya a ser que entre baile y baile, o caña y caña, nos dé por pensar. Y si de camino barren la esperanza de construir una sociedad mejor, eso que se llevan crudo.

Pero no desesperemos tan rápido, miremos el bosque que hay tras el árbol. Es una buenísima noticia que actuaciones como las de Tanxugueiras y Rigoberta Bandini hayan cosechado semejante apoyo popular en esta edición del festival. Es la evidencia de que existe una España orgullosa del patrimonio cultural y lingüístico de sus pueblos (protegido, por cierto, por esa Constitución que tantas bocas llena). Una España que reivindica la memoria, los cuidados, el feminismo, que consiguió rebasar las costuras en las históricas jornadas del 8M, y no hace tanto. Poco nos acordamos ya de que algunas musas del corsé, que hacen uso de su influencia mediática matinal para sembrar crispación, tuvieron que bajar de sus pedestales a última hora porque la marea iba a pasar por encima de ellas. Eso no lo consigue la mitad o menos de España, y de ahí que haya sido tan furibunda la reacción del sistema. Odio, odio y más odio. Por desgracia, como hemos visto en muchas ocasiones en las redes sociales, también este sábado en los lamentables ataques que ha recibido Chanel, la ganadora del certamen, de la que no se puede poner en duda su calidad artística. Ninguno estamos libres de caer en ese juego de sembrar división. Se olvida muy a menudo que detrás de las pantallas, de los clicks, de los titulares, hay personas que sufren. Vean el documental ‘El dilema de las redes sociales’, es muy revelador sobre la polarización y los efectos de los algoritmos en la salud mental, especialmente para las adolescentes. Se han escrito unas normas de una forma tan banal como calculada. Aplicar lo mismo que se denuncia alimenta un río revuelto del que solo sacan ganancia los pescadores.

La enorme expectación que ha generado esta edición del Benidorm Fest es una muestra de lo importante que es hacer de la esperanza una bandera, y avanzar con ella enseñando una teta o las dos. Claro que dan miedo nuestras tetas, o el grito de ‘no hay fronteras’ en diferentes lenguas. Es la prueba de que por mucho que quieran tratar a la sociedad como al perro de Pávlov, no siempre van a tener a la gente salivando al toque de sus campanas. En esta guerra cultural que han desatado, ganar es también que se hable, y mucho, de tetas y panderetas.

Patricia García. Periodista, feminista y comunicadora popular.

 

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